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Los secretos de Puerto Rico: las artes en la guerra (1914-1918) 

las artes en la guerra

Himno de Puerto Rico

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Imagen: Las artes en la guerra. Las célebre bailarina rusa –prima ballerina assoluta– Ana Pavlova (1882-1931) – Foto por Schneider. Berlin, 1910

El 19 de diciembre de 1917 se presentó ante el público de San Juan, frente a su Gran Compañía de Bailes, la célebre bailarina rusa –prima ballerina assoluta– Ana Pavlova (1882-1931). Emilio J. Pasarell, testigo del evento, y crítico de teatro de esa época, comenta que ese día él estaba en San Juan y pudo asistir a la apertura de la Compañía. Allí y en Ponce –continúa Pasarell– “… tuvimos la excelente oportunidad de ver a la más famosa bailarina del mundo con unos de los más completos conjuntos de ballet ruso con su orquesta…”. Ese ballet lo administraba José Casasús y el representante era José Mariani. El abono fue de ocho funciones, que duró hasta entrado el mes de enero de 1918. El debut en la capital de Puerto Rico fue una función de gala; la luneta costaba por función $6.00.

A la empresa de Adolfo Bracale le debe Puerto Rico, según otro testigo de esa época, José A. Gautier, el espectáculo “… de más alta alcurnia estética que jamás viera hasta entonces…”. Fue una noche gloriosa para la sociedad de San Juan. En Ponce bailó en el Teatro La Perla desde el 4 al 7 de enero de 1918. El programa incluía a La Muñeca EncantadaInvitación a la DanzaDanza GriegaLibélula y Diversiones o Divertissements, entre las que se halla el inmortal Solo de La Muerte del Cisne que tantos aplausos le ganara en su carrera artística y .

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“Pavlova’s Arabeseque”

El precio de los palcos sin entradas era de $25, de entrada, $6; entrada general dos dólares y galería, un dólar. Varias familias de limitados recursos económicos, al enterarse de los precios tan altos para aquella época, se dirigieron a la Bailarina, a través de la prensa: “… ¡Aplaudida Anna !, ¿no podrías influir con vuestra Empresa para que mañana, por ejemplo, dierais una función a precios económicos y de esta suerte nosotros los pobres de Ponce, podamos decir que también hemos visto a la incomparable Pavlova?”

El 19 de diciembre de 1917 se presentó ante el público de San Juan, frente a su Gran Compañía de Bailes, la célebre bailarina rusa –prima ballerina assoluta– Ana Pavlova (1882-1931).

Pavlova vino acompañada por Alexander Volinini, un excelente partenaire -bailarín que comparte el protagonismo de la obra- y por el gran director de orquesta y egresado del Conservatorio de Música de París, Alexandre Smallens (1889 -1972), casi siempre, reclutados entre los rusos de la emigración. Según Igor Andruschkievitsch, la emigración rusa, surgida mayormente de la Guerra Civil (1917 – 1922), llegó a tener en su seno alrededor de tres millones de personas en todas partes del mundo, particularmente en los Estados Unidos., Canadá y Sur América.

Los efectos simultáneos del éxodo rural, de la urbanización intensa y de la industrialización, de acuerdo con Jacques Dugast, provocaron de hecho, en los años 1890-1910, un cambio rápido de comportamiento cultural; además, de una transformación progresiva de la noción misma de ocio en muchos europeos. Estos cambios formaron parte de las consecuencias que provocaron lanzar a los individuos brutalmente a universos sociales radicalmente distintos a los de sus orígenes.

La no cristianización por parte de un gran número de esos antiguos campesinos convertidos en obreros de fábrica o en empleados de comercio, y también por parte de muchos intelectuales procedentes de la burguesía de las pequeñas ciudades, constituye uno de los aspectos más señalados de la época. Señala Dugast que las diversiones asociadas en adelante a los tiempos de descanso concedidos en el contexto del trabajo asalariado tendieron a ocupar el puesto reservado hasta entonces a la práctica religiosa. La evolución cultural, reveladora de rupturas y de trasformaciones claramente visibles también en otros ámbitos de la vida social –junto a la preocupación por la educación– provocaron, en parte, la creación de escuelas y centros de Bellas Artes.

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“A study of Pavlova” Foto por Straus Peyton, Kansas

En esa época, 1891, Ana ingresa en la Escuela Imperial de Ballet en San Petersburgo, Rusia, su ciudad natal. Tenía diez años. Hija ilegítima posiblemente de un joven soldado judío y comerciante de oficio; huérfana de padre; su madre, lavandera de sangre rusa y judía, se interesó sobremanera en cuidar la salud y la educación de su hija. A pesar de tener un origen muy humilde y de haber nacido de manera prematura, diminuta y débil, Pavlova se convirtió en una de las bailarinas de ballet clásico más destacadas; y representó durante veinticinco años La muerte del cisne sobre los escenarios más afamados del mundo.

Pavlova llegó por primera vez a América en 1910, junto con el bailarín Mijaíl Mordkin, y obtuvieron un éxito rotundo en el Metropolitan Opera House. En Estados Unidos de América, Ana tenía buenos amigos; entre ellos se destacaban Mary Pickford, Douglas Fairbanks y Charlie Chaplin. Durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918) los escenarios en Europa estaban casi todos vacíos. La guerra se había ocupado de cerrarlos. La actividad artística a penas se disfrutaba por los amantes de las artes. En la Primera Guerra Mundial participaron todas las grandes potencias y todos los estados europeos, excepto España, los Países Bajos, los Tres Países Escandinavos y Suiza. Además, diversos países de ultramar enviaron tropas a luchar fuera de su región.

Por su parte, Pavlova y su grupo de trabajo, conocieron que la primera gran guerra comenzó como un conflicto europeo entre la triple alianza (Francia, Gran Bretaña y Rusia) y las llamadas potencias centrales (Alemania, Austria – Hungría) y después se fueron incorporando en el conflicto los demás países. Supieron que desde 1913 los Estados Unidos eran ya la mayor economía del mundo, con la tercera producción industrial. Así que el diseño de la otra gira a América debía tener como eje central a los caballeros del norte.

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Para ese mismo tiempo dos grandes amigos y cantantes de ópera, el puertorriqueño Antonio Paoli (1871-1946) y el catalán Hipólito Lázaro (1887-1974), también estaban en situaciones similares. Ambos eran grandes admiradores de Pavlova y se encontraban en Barcelona, Paoli viajó a Inglaterra para hacerse boxeador, mientras que Lázaro siguió el mismo rumbo que Ana, programó una gira por América.

A principios de 1914 Paoli, el tenor dramático más importante que ha dado Puerto Rico en toda su historia viajó desde Milán hasta Alemania contratado para cantar en Colonia y de allí visitó Berlín para cantarle exclusivamente al Kaiser la ópera Otelo. Solamente pudo hacer una función de su famoso Otelo. Jesús M. López, historiador del tenor, comenta que, al terminar la actuación de Paoli, el Kaiser le pagó todas las funciones contratadas y le pidió que saliera inmediatamente de Berlín ya que el conflicto bélico se había complicado. Justo cuando Paoli llegó a Milán se declaró la guerra. Italia también era parte de ella. Recogió a su familia y se fue para España, país neutral.


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La guerra estaba en todo su apogeo. En Italia, al igual que en otros países que estaban involucrados en el conflicto, sólo se cantaba ópera esporádicamente. Paoli se enteró del auge y el éxito que estaba teniendo el boxeo en Inglaterra. Se marchó para Irún, en los países vascos, para el entrenamiento y los ejercicios de rigor. De allí se marchó para Inglaterra y se metió a boxeador profesional. Ganó cinco peleas; en la sexta, resbaló y se fracturó la muñeca del brazo derecho. Así terminó su carrera de boxeador. Los ejercicios le hicieron perder la voz. Más tarde, en Milán, a principios de enero de 1917, con la ayuda de un laringólogo y de su hermana Amalia recuperó la voz.

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Lázaro, al igual que la bailarina rusa, incluyó a Puerto Rico en su itinerario. Hipólito llegó a la Isla, con otros cantantes -a principios de abril de 1917- procedente de Cuba donde fijó una residencia semipermanente. Se presentó en San Juan el 7 de abril de 1917, cantando Rigoletto. La compañía que acompañó a Lázaro incluyó las óperas Tosca, Lucia, La Boheme, Isabeau, Aida, Andrea Chenier, La Damnazione di Fausto, Los puritano, Los payasos y Cavalleria Rusticana. Cantaron en Ponce el 24 del mismo mes. Pasarell señala que el empresario Adolfo Bracale trajo a Lázaro en otro momento y que lo presentó en el nuevo teatro Victoria de Humacao. En su visita a Ponce asistió, al igual que lo hizo otro célebre cantante de ópera, Tita Ruffo, a una fiesta en su honor, a la hermosa casa de la familia Godreau al final de la calle Reina.

A principios de 1914 Paoli, el tenor dramático más importante que ha dado Puerto Rico en toda su historia viajó desde Milán hasta Alemania contratado para cantar en Colonia y de allí visitó Berlín para cantarle exclusivamente al Kaiser la ópera Otelo.

Hipólito nació y murió en su Barcelona natal. Siempre consideró a Paoli su gran amigo, tanto es así que lo visitó en Puerto Rico tras este sufrir una larga enfermedad. Lázaro, de cuna muy humilde al igual que Pavlova, realizó sus estudios musicales con muchos sacrificios. Los mismos tuvieron mucho de autodidacta ya que no pudo pagar altos costos a profesores de grandes méritos. Sin embargo, en 1913, después de que lo escuchara el compositor italiano Pietro Mascagni (1863-1945) lo seleccionó para interpretar el papel de Ugo en Parisina, ópera finalizada ese mismo año por el músico italiano en la Scala de Milán para la temporada de 1914.

Se le conoció internacionalmente como uno de los más grandes tenores de todos los tiempos, hasta tal punto que con los años se formó una afición de “lazaristas” en oposición a los “fletistas” (rivalidad con el tenor español–contemporáneo de Hipólito– Miguel Fleta). Poseyó una voz excepcionalmente extensa y ricamente timbrada de metal y temple únicos que llenaban hasta los últimos rincones de los teatros. Eran famosos sus agudos, calificados de plenos.

En San Juan, a través de la ventana de rejas, que daba a la calle -del camerino que tuvo el Teatro Tapia- comenta el testigo, Cristóbal Real que… “se distinguía cómo se estrujaba la multitud que, por carecer de recursos, no podía asistir al teatro.

Medio millar de personas observaba, escrutando con los ojos a través de las rejas, como se vestía el formidable tenor cuya privilegiada laringe asombra, lo mismo en Andrea Chenier que en Puritani… {…} El gran tenor, heredero indiscutible de Sebastián Julián Gayarre (1843-1890), considerado unánimemente como el primer tenor del mundo en su tiempo, jugaba con su voz de oro encerrado en el camerino, y el buen pueblo aplaudía. Al Lázaro asomar la cabeza por la ventana, intimaba con el público, más nutrido cada vez en la calle, quien dirigía le bromas, hacían gozar y reír ingenuamente, por el humorismo, la intención y el donaire que las salpimentaban, al magno artista”.

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