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El Jíbaro: Mito y Realidad

El Jíbaro

Himno de Puerto Rico

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Por: Yolanda Suárez-Crowe

El jíbaro es el campesino puertorriqueño, figura icónica y símbolo nacional de nuestra identidad puertorriqueña.  Nuestros poetas, novelistas, y compositores le cantan. Notables artistas plásticos puertorriqueños lo inmortalizan en sus lienzos. Rafael Sánchez, escritor y novelista, señaló que la “excelencia del arte puertorriqueño no radica en sus posibilidades decorativas, sino en su combatividad”.  Ramón Frade León (1875-1954), pintó “El pan nuestro” en 1905. Este lienzo es “su obra más significativa”, según afirmó Osiris Delgado Mercado.

Observando, su obra revela al jíbaro descalzo bajando del monte con un racimo de plátanos. Es una figura envejecida, de cabello encanecido y barba blanca. Su pava inclinada revela su frente- libre para secar el sudor de su trabajo. Sus cejas fruncidas hacen marco a su mirada firme y seria.  A pesar del peso de los años, conserva su atractivo físico.  La figura enjuta lleva colgado el machete a su lado izquierdo. Su camisa blanca parece describir el mapa de su vida diaria.  Curtida por el sol y sudor, revela los golpes, la pobreza y el trabajo diario y duro de la tierra. Un rasgado en la manga derecha recuerda la herida y el dolor.

 

El Jíbaro
El pan nuestro. Ramón Frade León. 1905.

 

El contraste del lienzo de Frade es evidente cuando lo comparamos con el óleo “El agricultor” (1960) de Augusto Marín (1921-2011), reconocido como “uno de los pintores puertorriqueños de mayor relevancia del siglo XX”. La influencia del estilo cubista en la obra de Marín es evidente y facilita la ejecución de una imagen llena de tensión y carácter. Revela a un hombre joven, fuerte y musculoso, cuyo semblante muestra orgullo y altivez. Lleva puesta su pava hasta las cejas.  El lenguaje de su sombrero, en posición con el ala paralela a los hombros, relata estar listo para una acción inmediata.

Agarra su machete con el puño derecho y levantado el codo, extiende su brazo en plano horizontal, listo para dar corte. Su puño izquierdo sostiene el azadón y la horca de labranza.  Cultiva la tierra y la protege.  Con bravura en su pecho, descubierto al sol y al aire, revela su camisa blanca abierta.  La tela estrujada, revuelta en pliegues, viste de coraje y de inquietud que queda amarrada por un nudo a la cintura, en espera de liberación.  El pantalón enrollado a las rodillas muestra los músculos tensos de sus piernas.

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El jíbaro como figura icónica no ha dejado de ser motivo de controversia y preocupación existencial a través de su historia. Según el ensayo de Arango Millán (2017) “la introspección sobre el presente reconstruye el pasado de una forma que descontextualiza la tradición cultural para construir significados dentro de un nuevo concepto y afirmar la realidad presente.  La preocupación por el pasado responde a una complejidad identitaria de una región a la que le fueron prácticamente borradas las evidencias históricas”. 

Los jíbaros de Frade y Marín representan contextos análogos de la identidad puertorriqueña.  La dualidad entre inacción y acción ante la adversidad señala la diferencia entre estos dos jíbaros.  El poema, En la brecha, por José de Diego, versifica este conflicto de aceptación y resistencia.  El cordero, fiel y dócil, sufre y bala, a diferencia del toro inquieto y rebelde, que resiste y embiste. El arquetipo ideal de un manso cordero es reforzado en la historia de Puerto Rico bajo el auspicio de dos imperios coloniales que esconden la historia heroica de lucha y resistencia de esos mismos jíbaros en Lares, Ciales y otros pueblos antes y después de la Guerra Hispanoamericana.

La interpretación dramática y surreal define la obra del artista plástico, Rafael Trelles, uno de los exponentes del realismo mágico en la pintura contemporánea puertorriqueña. En su obra Camisa blanca, el concepto de la camisa se convierte en un foco protagónico que revela un nihilismo donde se distorsiona o destruye la identidad y queda solo un objeto antropomorfo dentro de un contexto alucinante y trágico.

 

El Jíbaro
La intersección de los mundos #3. Rafael Trelles.

 

El interrogante ancestral es evidente en La intersección de los mundos #3 de Trelles. La camisa blanca y pantalón amarillo viste el cuerpo de un hombre decapitado.  Parece recordarnos al jíbaro de Frade cargando el racimo de plátanos verdes. Trelles pinta un racimo de plátanos amarillos para sustituir la cabeza del jíbaro puertorriqueño.  Las manos ágiles del hombre tocan la tumbadora.  La distracción, entretenimiento y temporera alegría reflejada por el color amarillo delata la fuga psicológica de un trauma histórico. La visión fantasmagórica interpuesta en el cuadrante superior derecho del lienzo revela el conquistador a caballo con su sable en posición de ataque contra un lagarto o dragón mitológico como símbolo indígeno de nuestra prehistoria.

El detalle de un petroglifo al pie de un monte recuerda nuestras raíces taínas y el conquistador que lo asesina. El trauma y dolor del pasado y presente estado colonial de Puerto Rico es palpable. En la parte inferior del lienzo se observa la discriminación y racismo de Estados Unidos contra los puertorriqueños.  La cabeza de un muñeco africano de madera con su palo, como una maraca, tiene ojos grandes y una amplia sonrisa forzada que recuerda la imagen de “Sambo, el esclavo alegre”, una figura estereotípica y racista de la era de Jim Crow en los Estados Unidos.  La intersección de los mundos revela tres razas- indio (taíno), blanco (europeo) y negro (africano) y la disociación, despersonalización y desorden de identidad como síntomas de una historia traumática y represiva cuyo objetivo ha sido mantener dependencia y control de Puerto Rico.

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El relato es otra forma de estudiar las costumbres y vivencias del jíbaro puertorriqueño. La presencia de la mujer jíbara es muchas veces ignorada.  Razón por la cual los dos relatos siguientes hacen memoria de la mujer jíbara. Entrando la segunda década de su vida, mi madre, Yolanda Fernández Sanz, y sus hermanas, Elsa, y Fabiola, iniciaban estudios universitarios y otras actividades fuera de la casa de la abuela materna, Trina Padilla de Sanz, «La Hija del Caribe», en el pueblo de Arecibo.

Elsa, la mayor, trabajaba para el municipio de Arecibo visitando los hogares en la zona rural del pueblo, yendo de casa en casa, para completar la planilla de los Censos en la década del 1940.  En una ocasión visita la casa, siendo recibida por una mujer campesina que la invita entrar.  Desde la entrada, Elsa podía ver una fotografía clavada a una pared. Debajo de la fotografía había una pequeña tablilla de madera que tenía un ramo de flores silvestres en un vaso de agua. Colocada en la misma tablilla, una vela encendida alumbraba la imagen de las tres jóvenes. Elsa reconoce la fotografía, y evitando manifestar una reacción que pudiera asombrar a la señora, le pregunta quienes eran esas tres jóvenes.

La señora, sin esconder su emoción a la pregunta, le responde: “Ay, niña, son las Tres Gracias, tres santas que nos conceden todo cuanto le pedimos.  Por eso le prendemos una vela todos los días”.  Elsa, conteniendo su reacción, agradece a la señora por la inocente respuesta. No quería revelar la realidad y destruir la magia y significado que ejercía la fotografía para la campesina y su familia. Elsa concluyó el censo, pero la impresión de la gentil señora quedó grabada en su memoria.

 

El Jíbaro
Fabiola, Elsa y Yolanda Fernández Sanz (de izquierda a derecha)

 

Este relato impresiona por la bondad, que a pesar de la fragilidad física, la mujer campesina de Puerto Rico esconde una fuerza espiritual que demuestra su esencia e identidad. Revela a la noble señora de su humilde hogar, cuya sencillez, ingenuidad e inocencia es ejemplo de su temperamento y tenacidad.  Dotada de esperanza y fe ante el infortunio de la pobreza y la injusticia, la jíbara puertorriqueña revela amor a la vida y aprecio porque “se le concede todo lo que pide”.

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Jack Delano (1914-1997), destacado fotógrafo, y su esposa, Irene Delano (1919-1982), diseñadora de artes gráficas, se establecieron en Puerto Rico en la década del 1940.  Delano e Irene fueron una presencia importante en el desarrollo cultural, social e histórico de Puerto Rico por cinco décadas.  Jack Delano nos relata con su pluma lo que la elocuencia de su fotografía ilustraba.  El último libro publicado de Jack Delano Photographic Memories (1997) relata su encuentro con una jíbara puertorriqueña.

En esta ocasión, visitando los campos de Puerto Rico para fotografiar un valle lleno de caña, se desata una repentina lluvia.  Jack e Irene mojados, y tratando de proteger la cámara y el equipo, corren hacia el carro cuando escuchan el grito de una mujer que decía “Por acá, Señora, ¡No se moje!” Vivía la mujer en una pobre choza de madera que carecía de muebles excepto por una mesa y un banco. La mujer, de pálida apariencia, estaba descalza y acompañada de un hombre demacrado.  La casa era pequeña, razón por la que se podía escuchar en el cuarto contiguo, desde el alboroto de los niños que trataban de averiguar lo que estaba pasando, hasta el picoteo de una gallina en busca de migajas.

La mujer ofrece café negro y disculpa no tener leche ni azúcar para el café.  Irene obsequia unos chocolates que llevaba en su bolso y al poco rato, podía escuchar en el cuarto contiguo el alboroto de los niños que gritaban ¡Chocolate! ¡Chocolate! El limitado sustento de la familia era posible porque la mujer trabajaba de lavandera en su vecindario.

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Su esposo estaba desempleado por un accidente ocurrido en la hacienda de caña en donde había estado trabajando.  Las frutas en el campo y los huevos de la gallina aliviaban el hambre de la familia- “Cuando la gallina decide poner dos huevos, hago una tortilla y la compartimos todos”. La mujer campesina afirmaba: “Nos defendemos, Señora, no se preocupe”.

Ya entrando en la noche, Jack e Irene se despiden e inician el viaje de regreso cuando de repente un niño pequeño sale corriendo gritando ¡Pare, Pare un minuto!  El niño alcanza poner su mano dentro de la apertura de la ventana del carro y dice: “Para usted, Señora” dejando caer una bolsa de papel pequeña en la falda de Irene.  Conmovidos por la experiencia continuaron en silencio el viaje en el carro, Jack podía percatarse por el reflejo en el cristal del carro que Irene estaba emocionada.  Jack se acuerda de la bolsa de papel y le pregunta a su esposa ¿Qué tiene dentro? Irene mira dentro de la bolsa de papel y responde- “Dos huevos”.

El concepto del jíbaro como ícono nacional no se ha liberado de la crítica mordaz que lo describe más entre vicios que entre virtudes.  Destruyendo la imagen del noble, idealista y trabajador, los detractores impulsados por la propaganda y política de dinero prefieren emular la cultura ajena de la gran metrópolis y desprestigiar al jíbaro puertorriqueño que insisten en personificarlo como ignorante, indolente e irresponsable. De igual forma se insulta a la jíbara puertorriqueña y la describen boba, vaga, y supersticiosa.  Otros distinguen entre el jíbaro-jíbaro/ pobre y el jíbaro-ciudadano/rico -inyectando más división y confusión.

 

 

El Jíbaro
Monumento al Jíbaro.  Foto Alma Iris Batista ©2023

 

 

Recordemos el verso de José Gualberto Padilla (1829-1896), conocido por el pseudónimo “El Caribe”.  Padilla era el doctor de los campesinos jíbaros enfermos que visitaba en sus frecuentes viajes, abarcando siete pueblos de la isla.  Amaba a su tierra y al jíbaro puertorriqueño que la labraba.  Conoció al jíbaro en cuerpo y alma por el trato directo y frecuente que existía entre ambos.  Por eso, en verso, Padilla revela el carácter del jíbaro puertorriqueño. Conocía la disposición serena o alterada del jíbaro ante la enfermedad, la resistencia e incluso hasta el humor para desatinar la tristeza.  El verso lo presenta:

-Pues tengo formal empeño,

y lo he de sacar avante,

de que conozcas bastante

al jíbaro puertorriqueño.

-Dulce, como un caramelo,

con el que a buenas lo llama,

amargo cual la retama

a quien lo lleva a repelo:

—————————–

-Morir de inercia…¡Mentira!

bajo nuestro sol de fuego

damos al solar el riego

que nuestra frente transpira.

 El escultor puertorriqueño, Tomás Batista, y su obra, el Monumento al Jíbaro puertorriqueño (1976), rinde “homenaje de un pueblo agradecido” por la tradición y los valores de los campesinos. Los campesinos vivían en las regiones montañosas de la isla, aislados de la capital por falta de acceso de carreteras y transportación que hoy gozamos en toda la isla.

Durante la segunda mitad del siglo XVII y XVIII la emigración canaria a Puerto Rico toma auge debido a la desaparición de la población indígena en Puerto Rico diezmada por las guerras de conquista, la esclavitud y las enfermedades.  Según el escritor, Francisco Talavera (2023), “En aquellos tiempos era muy valorada la experiencia del campesino canario, muy trabajador y buen conocedor de las técnicas de cultivo, a la vez que se adaptaba mejor a los climas tropicales”.  Muchos jíbaros mantuvieron las costumbres y raíces canarias, aun evidentes en toda la isla.  Batista rescata la imagen simbólica y talla el monumento al jíbaro campesino de la montaña y a la mujer jíbara-como centro de la unidad familiar y de los relatos presentados.

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 El jíbaro está parado como centinela y guardián de su familia.  Lleva la azada sosteniéndola a su lado izquierdo. El tope de la azada descansa sobre su hombro por donde se desliza la guajana o flor de la caña. Su mirada no la dirige a su mujer o a su hijo, parece perderse en la lejanía. Solo su mano derecha reposa en el hombro de ella.  Su semblante es serio y alerta.

La señora madre lleva en su regazo a su bebé dormido y su cabeza levemente inclinada lo mira con ternura. Bien aliñada, su pelo está recogido en un moño, y sus cejas son arqueadas y simétricas.  Recientemente, inquirí a Don Tomás Batista, a través de su hija, Alma Iris Batista, el significado de su Monumento al Jíbaro. Su respuesta fue una afirmación de identidad: “Yo soy producto del jíbaro puertorriqueño. Yo vengo de ahí, esas son mis raíces”. Batista nos regaló un monumento de permanencia y resistencia de la conciencia nacional puertorriqueña.

Las raíces son el cimiento de la vida y representan lo que somos, nuestros valores y la esencia de nuestra historia.  Las raíces resisten el tiempo y mantienen la memoria que coexiste con el mito que lo exalta.  La historia de la humanidad reconoce la importancia de los mitos.  El gran filósofo Aristóteles relacionaba el “mito con la sabiduría”. Los mitos y la realidad están unidos. El “mito del jíbaro” como prototipo del puertorriqueño habita en la memoria colectiva. Los mitos, al igual que la historia, combinan idealismo con realidad, dan significado y describen la existencia humana. Según Carl Jung, “El mito describe la vida con mayor precisión que la ciencia”.  Somos un vasto conjunto de atributos positivos y negativos que conviven y nos representan. Nuestra identidad tiene raíces profundas. ¡Somos Jíbaros, Boricuas y Puertorriqueños!

Monumento al Jíbaro. Foto Fernando Rosado ©2023 Cortesía Tomás Batista
Himno de Puerto Rico

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