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El cofre de Nick Quijano

Himno de Puerto Rico

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Por Francisco Cabanillas

Porque pensar es mirar plásticamente el mundo. YS

El juego, a menudo, es algo serio. SC

El juego es una metáfora de la vida. NQ

De la “caja” de Rosario Ferré con sus Papeles de Pandora (1976) —entre cuyos cuentos, uno como “La muñeca menor” le saca el ojo al patriarcado colonial del Puerto Rico de las primeras décadas del siglo XX—; de esa caja literaria feminista al Cajón de Juguetes (2023) de Nick Quijano en la Galería Space, dentro del cual una pintura como Jugando a la guerra “habla” en serio —también desde la dimensión de género— de la perversidad armamentista que marca, sobre un azul pacífico, la masculinidad de los amiguitos contrapunteados racialmente.

Cajón abierto (sin candado); de algunas piezas, el olor a Basura (2012-13), anterior exhibición de Quijano trae a la memoria la crítica (en aquel caso, ambientalista) y su deseo político de transformación.  Abierto y aromático, el cajón tiene un poco de todo: trompos, gallitos (en más de un sentido), muñecos, patines, avioncitos, soldaditos, canicas, payasos, entre otros juguetes marcados, según el ensayo introductorio del catálogo, por la pátina “arqueológica” de ser objetos “de una época extinta.”

El cofre de Nick Quijano

No obstante, el orden de los juguetes se puede dividir en dos. Por un lado, está la materialidad del objeto; por ejemplo, la muñeca marcada por un tiempo pasado. Por el otro, la representación simbólica del mismo; en este caso, la muñeca en el corazón de la adulta en De niña a mujer (2023).

El diálogo entre el juguete y su representación en el lienzo, el papel, la madera, el metal, dramatiza la propuesta (meta)artística: arte que se sabe artificio afectivo de una vivencia generacional. Desde la portada del catálogo digital de la Galería Space, irrumpe Auto (retrato) (2023) como un juego de palabras —como el de la instalación en Basura (2012-13), Hombre de letras— en complicidad lúdica y micropolítica con el arte.

Entre la abreviatura del término “automóvil” (auto) —ahí están los autitos de colores que conforman la imagen— y el prefijo que significa “por sí mismo” (auto), el rostro del artista aparece como un acto de democracia pictórica: hacerse con los mismos juguetes (autos) del cajón e incluir el autorretrato como otro juguete más.

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La mirada del “autor” —¿son esos los ojos de Adán (1992)?— no se equivoca; tampoco flaquea.  Desde la fragilidad de esos autitos producidos en cantidades industriales, el Auto(retrato) nos interpela con la entereza de un poeta lírico en fruición áurea.

En el momento más tenso de la exposición, Ares (2023), el dios griego de la guerra le da una vuelta más —¿llevándolo al límite? — al tono de Jugando a la guerra.

La dimensión de género se camufla; en vez de niños, un rostro humano, implícitamente masculino, compuesto de soldaditos de plástico y parafernalia bélica, nos interpela desde una mirada saturada, pero no vencida, por la cultura del combate.

¿Está el dios de la guerra agobiado por la virulencia?

Por encima del belicismo, la mirada abatida de Ares se conecta con el receptor al otro lado de la representación. Estableciendo un atisbo crítico de intersubjetividad; y por eso, de luz.

Incidiendo en el pensamiento político de Ramón Grosfoguel —De la sociología de la descolonización al nuevo imperialismo decolonial (2022)—. Ares parece enunciar, desde el silencio, fragmentos del mensaje clave del sociólogo: ¿“la modernidad como una civilización de muerte”?

Intensidad; el barroquismo del dios de la guerra evoca rostros convulsionados como los de los autorretratos (botánicos) de Arnaldo Roche-Rabell.

El cofre de Nick Quijano

Vuelta al cajón atiborrado, esta vez para sacar del ensayo introductorio, “El juego del arte / el arte del juego,” una medida del partido: “Parte del deleite que Quijano nos regala en esta exposición es la recreación de esos momentos íntimos, recordados hoy con añoranza. Es casi como una visita arqueológica a ese cajón de juguetes que llevamos en nuestro corazón, un espacio mágico donde seremos jóvenes para siempre” (SC).

La magia de los trompos nos hace girar en diferentes colores; la espacialidad de las canicas cosmogoniza. La máquina de coser conecta. El estoicismo de los gallitos de pelea sobre la piedra, tantas veces masiva, enlaza.

Desde Uruguay, uno de los precursores del arte moderno latinoamericano, Joaquín Torres García (1874-1949). Creador de juguetes en Nueva York en la década de 1920, endosa, ancestralmente, la trayectoria juguetera quijaniana.

Lleno de tiempo, el cofre de Quijano se abre al juego afectivo de una (inter)subjetividad en marcha.

El cofre de Nick Quijano

Himno de Puerto Rico

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