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La domesticidad como horror en “De la carne y otras fatalidades”

De la carne y otras fatalidades

Himno de Puerto Rico

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Por: Richard Rivera-Cardona

El libro de cuentos De la carne y otras fatalidades (Portadas PR, 2024), de Ángela María Valentín (Puerto Rico, 1977), se abre con un fragmento de Pedro Cabiya que establece el tono y la premisa del texto: el verdadero horror no reside exclusivamente en personajes malvados o en sus víctimas, sino en la inquietante idea de que todos somos potencialmente capaces de convertirnos en monstruos. Este poderoso planteamiento se extiende a lo largo de los ocho relatos que componen el libro, ofreciendo una lectura tan fascinante como perturbadora.

El horror, como subgénero temático, se caracteriza por evocar sentimientos de inquietud, miedo y desasosiego, pero su verdadera fuerza radica en su capacidad para revelar verdades incómodas sobre la naturaleza humana. En contraste con el horror que emplea elementos fantásticos o monstruos ficticios, el “horror cotidiano” —un enfoque que Valentín domina con maestría— se centra en los miedos que surgen de nuestras vidas ordinarias y nuestras relaciones más cercanas.

Tres aspectos fundamentales dan forma a la obra De la carne y otras fatalidades y la distinguen: el diseño de la atmósfera, el contexto doméstico o familiar como epicentro del horror y el protagonismo de la mujer.

El diseño de la atmósfera

Desde las primeras páginas, Valentín construye una atmósfera densa y asfixiante que envuelve al lector. Lo cotidiano se vuelve extraño, inquietante, casi amenazante. Espacios comunes como el hogar o la calle dejan de ser seguros para convertirse en escenarios de peligro constante. La autora maneja magistralmente la tensión, que no solo proviene de los acontecimientos externos, sino también de los conflictos internos de los personajes. Esta atmósfera de constante inquietud refleja un mundo donde la realidad parece siempre estar a punto de desbordarse.

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El contexto doméstico o familiar como epicentro del horror

En De la carne y otras fatalidades, el hogar y las relaciones familiares se convierten en escenarios de los horrores más profundos. Valentín despoja al espacio doméstico de su carácter protector y lo transforma en un terreno donde germinan el abuso, la manipulación y la violencia. La ironía surge al presentar las relaciones de pareja y los vínculos familiares, que en teoría deberían ofrecer consuelo y solidaridad, como interacciones marcadas por el control y el sufrimiento. De esta manera, lo familiar se convierte en un catalizador del horror, exponiendo las tensiones y los desequilibrios que se esconden tras la aparente normalidad.

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El protagonismo de la mujer

Uno de los aspectos más notables de la obra es la construcción de personajes femeninos complejos y multidimensionales. Las protagonistas en este libro no se limitan a ser figuras pasivas que simplemente soportan las adversidades. Más bien, adoptan un papel activo frente al horror, aunque de maneras distintas según su contexto. Algunas, impulsadas por la desesperación y la necesidad de recuperar su autonomía, optan por tomar decisiones radicales, desafiando las normas sociales y las convenciones impuestas. Otras, en cambio, se enfrentan a la cruda fatalidad de sus vidas y sucumben al peso de su destino.

Valentín presenta a sus personajes femeninos como reflejos de luchas tanto internas como externas. En las que las tensiones emocionales y psicológicas se entrelazan con las fuerzas sociales y culturales que las oprimen. Estas mujeres no solo luchan contra los abusos o las expectativas impuestas desde fuera, sino también contra los conflictos internos que surgen de su propia identidad, deseos y miedos. La interacción entre estos dos tipos de lucha, la externa —como las expectativas sociales, el control de los demás y las relaciones de poder— y la interna —el deseo de autonomía, la culpa, la esperanza y la resignación— crea una complejidad que les otorga una humanidad profunda y multifacética.

Con De la carne y otras fatalidades, Ángela María Valentín redefine los límites del horror al centrarse en el “horror cotidiano”. Su obra no recurre a elementos fantásticos ni a monstruos inventados. En su lugar, explora los horrores profundamente humanos que se gestan en los espacios más íntimos y cotidianos. Esta aproximación otorga al libro una resonancia especial. Pues nos enfrenta con la inquietante posibilidad de que el verdadero monstruo habita dentro de nosotros, alimentado por la fragilidad y la oscuridad de la condición humana.

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