“El Globo gigante, que Mr. Nadar ha construido a sus expensas, ha logrado que 200 mil espectadores llenen la vastísima plaza de los Inválidos; los bancos, las sillas, las ramas de los árboles, los balcones de las casas inmediatas y hasta los diques del Sena están poblados de gente”.
En su bicentenario, aprovecho para hablarles de algunas de las experiencias de Román Baldorioty de Castro, cuando por sus conocimientos científicos y dominio del francés, fue seleccionado para representar a Puerto Rico como país en uno de los eventos más trascendentales de la época: La Exposición Universal de París de 1867. Exposición que se organizó en función del progreso de los pueblos. Fue una época de grandes transformaciones económicas, políticas, sociales, de avances e inventos nunca vistos.
Cobremos conciencia de lo trascendental que fue aquella gigantesca exposición universal realizada en París, la ciudad de las luces. París fue reconocida entonces, como la metrópolis de la civilización, en la que Francia hizo alarde de su industria y riquezas. La Exposición Universal de 1867, representó uno de los últimos destellos del Segundo Imperio francés, antes de las tormentas venideras, que muchos no vieron entonces, pero Baldorioty de Castro, sí y reflexionó sobre ello.
La Exposición fue convocada por Napoleón III con el tema del progreso y la paz. Su éxito fue monumental y atrajo una afluencia extraordinaria de público, unos diez millones de visitantes en el año que duró la exposición. Se tuvieron que abrir hospedajes por toda la ciudad, París convertido en mito, en la meca de inventos y renovación “Parecedme un sueño de hadas”, recuerda maravillado el escritor español Benito Pérez Galdós, quien visitó la Exposición siendo estudiante.
Atrajo todo tipo de público por sus galerías, espectáculos y exhibiciones. Intelectuales, turistas de toda Europa, no dejaban de asombrarse. Entre los visitantes se encontraban el Zar Alejandro II de Rusia, el hermano del Emperador de Japón, el Rey Guillermo, Otto Von Bismark de Prusia, los Príncipes de Austria, sultanes, el Jedive de Egipto. Fue una muestra universal del progreso humano en la que participaron 52,200 expositores procedentes del mundo entero.
Román Baldorioty de Castro había estudiado en Europa: náutica, agricultura, ciencia, química, física, economía, ciencias agrícolas, geología, lenguas, inglés, alemán e italiano. Antes de su regreso a Puerto Rico había estudiado por un año, bellas artes en París. Por lo que Baldorioty, dominaba el francés estaba preparado, como pocos, para este encuentro.
Su presencia en la Exposición Universal de París fue una representación con consecuencias. Porque al regreso de París, ¿qué creen que trae Román Baldorioty de Castro?, ¿las facturas del viaje? ¡No! Nos trajo sus memorias que constan de 368 páginas. Que le publicó su compañero de estudios, José Julián Acosta, quien tenía una imprenta y librería en la calle Fortaleza en el Viejo San Juan.
Ante un Puerto Rico aislado, donde apenas llegaban barcos, se empeñó en traernos la modernidad y se convirtió en el noticiero de la época. Con su mirada, culta, educada, entró a las galerías de cada país representados en la Exposición y escribió sobre ellas. Como humanista, científico, educador y sobre todo como puertorriqueño, los observó y comentó con una misión muy clara y cito: “Identificar todo lo que juzga de interés para el progreso de la isla.”
Pero su visión universal no limitó Román Baldorioty de Castro para comentar, informar y reflexionar, con espíritu crítico, la época, los problemas por los que atravesaba Europa, Asia, África, América del Sur y del Norte. A la vez, poder describir con lujo de detalles los inventos novedosos que deslumbraban al mundo a finales del siglo XIX. En su afán de ser útil precisó en sus comentarios, la identificación de cuáles de esos inventos podían ser útiles a nuestra agricultura para la caña, y café. Habló sobre los abonos, la rotación de cosechas, el riego. Baldorioty de Castro ya había establecido el primer banco de semillas en el Paseo la Princesa.
Estamos ante una exposición, que como Román Baldorioty de Castro describe: “es un hecho tan grandioso, tan complejo y eficaz, que no le es dado a ningún hombre agotarlo en la narración”.
Con pesar habló sobre el Pabellón de Puerto Rico y la inculta presentación de nuestras excelentes maderas, superiores a otras, pero mal presentadas. Entre las muchísimas cosas que describió, se refirió al invento de la escafandra para caminar por el subsuelo marino. Además de las máquinas para los estudios meteorológicos, nos mostró con lujo de detalles las nuevas máquinas de vapor. También las máquinas eléctricas, hidráulicas, su funcionamiento y las describe como si él, las hubiera construido. Se tomó el trabajo de especificar el precio de cada máquina y su equivalente en pesos y los pueblos de la isla donde podrían ser útiles. Con igual rigor habló de arte, de la fotografía, de la música, como de la realidad histórica, y política de muchos de los países.
No hay tiempo para detallar estas memorias, pero los invito a montarnos con Baldorioty de Castro, en ese Globo y captar aquel espíritu aventurero cuando a los 39 años. Fue el primer puertorriqueño en volar por los aires. Entonces anticipó, en 1867 que, el hombre iba a volar, cuando afirmó: “Pronto muy pronto, se consumará en el tiempo y aparecerá ese hombre para la navegación aérea, como apareció Fulton para la navegación marítima. No lo dudéis, el hombre que ha de reunir los elementos dispersos de la aerostación está próximo a llegar un poco más de estudio de la atmósfera sobre la atmósfera misma, un nuevo giro a las aplicaciones eléctricas”.
Román Baldorioty de Castro sigue dando explicaciones con un conocimiento técnico asombroso. Mientras se elevaba, nos invita a lo que llamó: “la mansión silenciosa de las nubes… Dejemos la tierra y lancémonos atrevidamente por los aires. Visitemos las tristes soledades que sorprendieron al ilustre Gay Lussac en la mansión silenciosa de las nubes y turbar el reposo de las regiones superiores”.
Describió la emoción de este grandioso espectáculo, cuando en aquel vuelo histórico describió Román Baldorioty de Castro a París desde los aires:
“El Globo gigante, que Mr. Nadar ha construido a sus expensas, ha logrado que 200 mil espectadores llenen la vastísima plaza de los Inválidos. Los bancos, las sillas, las ramas de los árboles, los balcones de las casas inmediatas y hasta los diques del Sena están poblados de gente… En Globo las ilusiones ópticas, durante un momento son vertiginosas: si miráis, con fijeza y valor hacía el punto preciso de partida, os creéis inmóviles en el espacio, y veis descender con asombrosa rapidez, precipitación inmensa”.
“El suelo, los hombres, los árboles, las manzanas pobladas de vastos edificios, y las torres puntiagudas. Además de las cúpulas soberbias, el barrio populoso, la inmensa ciudad, se hunde a nuestras plantas, por una vertical sin fin… Pero la angustia de este vértigo opresor es poco duradera. En cortos segundos el globo se aleja del lugar de la catástrofe aparente, y nos lleva a una región de equilibrio. ¡Cuán pequeño parece el gran dominio del mundo, la gran pena del hombre! Y es, se dice a uno, a sí mismo, es eso lo que tanto se disputan entre sí los poderosos del mundo”.