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Una realidad oculta: La crianza compartida

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Una realidad oculta: La crianza compartida

Finalizando la escuela superior, Carlos José y María Sofía se emparejaron. Se amaban y querían pasar el resto de sus vidas cuidándose mutuamente y criando a sus futuros hijos. En medio de sus clases de estudios sociales, mientras la maestra hablaba de la Constitución y sus cláusulas que prohíben el discrimen por razón de sexo, María Sofía le pedía a Carlos que se matriculara en la Universidad de PR para nunca estar muy lejos el uno del otro.

Carlos José accedió y ambos empezaron a estudiar en Río Piedras.  Culminaron su bachillerato, graduándose con honores. Luego de marchar a recibir el diploma, caminaron juntos a la iglesia para casarse. Sus familias se sentían orgullosas por sus hijos y los ayudaron a comprar un hogar. La vida les regaló suerte: para el segundo aniversario ya María Sofía tenía en sus brazos a Jorge Andrés y un año más tarde a Andrea María.

Carlos y María se sentían felices, trabajando de igual a igual el cuidado de sus hijos.    Con el pasar de los años, Carlos y María se alejaron uno del otro. Se enfocaban más en sus respectivos trabajos y amistades que en su relación. Aunque fueron a buscar ayuda profesional, la realidad fue que Carlos decidió que no podía seguir casado.

Para él, sus sentimientos hacia María habían cambiado y aunque le daba mucha pena la situación, pensaba que era mejor no continuar viviendo una ilusión.  Por lo menos, pensó él, en su vida siempre estarían Jorge, Andrea y el recuerdo de los buenos tiempos que pasó junto a María. Carlos, pensando en el mejor bienestar de sus hijos, creía que lo lógico y natural sería que María y él se pusieran de acuerdo para continuar criándolos en conjunto en una crianza compartida, dividiendo el tiempo y la responsabilidad entre ambos.

Aunque Carlos siempre fue un excelente papá, muy involucrado en la vida diaria de sus hijos y feliz de compartir todas las responsabilidades en la crianza compartida, el ordenamiento jurídico de Puerto Rico se encargó de destruir completamente a su familia.

La Jueza que atendió el caso de divorcio redujo su estatus de papá co-criador a papá de visita, al solamente permitirle pasar dos fines de semana al mes con Jorge y Andrea. Le impuso una pensión alimentaria que cubría todos los gastos de vida de sus hijos y sobraban más de dos mil dólares mensuales para María, aunque ella era una empresaria exitosa que ganaba más de ochenta mil dólares al año.

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Ante su solicitud de crianza compartida, la Jueza declaró un no ha lugar, porque criar es “cosa de mujer” y según alegó María, había mala comunicación entre ellos. La Jueza también insinuó que lo que él realmente quería era reducir el monto de la pensión.  Por último, la Jueza le retiró la patria potestad a Carlos, a solicitud de María para que así no pudiese tener injerencia en los asuntos importantes de la crianza. Ante este panorama, Carlos consideró quitarse la vida al no poder continuar activamente en la vida de sus hijos.

La sustancia de este relato, aunque pudiera parecer inverosímil para quienes no han experimentado la normativa que rige el sistema de tribunales de familia del Estado Libre Asociado, es vivida día a día por miles de hombres y sus hijos.

Mientras los líderes de la sociedad hablan de la importancia de la familia y de eliminar todo tipo de discrimen en la Isla. La normativa vigente en los Tribunales separa las familias por la fuerza y discrimina activamente contra los hombres; ya que no los evalúa caso a caso en sus méritos sino que los juzga como clase.

Es por esto que en más del 95 por ciento de los casos mamá termina con la custodia completa y no en crianza compartida.  Independientemente del ángulo en que se mire, esta situación empobrece nuestra calidad de vida y salud colectiva. Los padres aman a sus hijos igual que las madres; independientemente de la visión estereotipada de aquellas personas que ven la relación madre e hijo como algo de mayor importancia.

Mientras nuestra sociedad no iguale los derechos y obligaciones de los hombres y mujeres respecto de sus hijos e hijas; estará fomentando la inequidad, la violencia, el desquite, la depresión, la desesperación y la desunión. Nuestros hijos e hijas tienen derecho a crecer de la mano de ambos padres, independientemente del origen o las transformaciones de sus familias. Es hora que el sistema de gobierno del país, y muy en especial los tribunales de familia, reconozcan que han errado al menospreciar a los padres y trabajen para lograr nuevas normas que fomenten una crianza compartida.

Por: Lcdo. Hiram M. Angueira Quirós

Angueira, Santiago & Asociados, LLC

Presidente, Crianza Compartida, Inc.

FB: Crianza Compartida Puerto Rico

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