Imagen: Muñecos de la vitrina de Padín del anticuario Milton Moreno. (Foto por Milton Moreno)
Nota: Este escrito se publicó hace más de 90 días.
Por: Carmen Alicia Morales
Es mediodía en la Plaza de Armas. La fuente de las cuatro estaciones no gime, porque nunca tiene agua. Todo el mundo se pregunta si alguna vez ha tenido. Siempre está callada. El “mundero” va ofreciendo la noticia del periódico a los parroquianos lelos que se sientan, bajo reventadero de sol, en el borde de la fuente, a mirar a los demás. Los niños limpiabotas aparcan sus cajitas pa’ limpiar zapatos frente por frente a la vitrina; allí, entre papeles y polvo que se arremolina en su imagen.
El chinero que pela las chinas, en la esquina de Padín, se resguarda del sol de las doce bajo una sombrilla que enchufó del carrito de chinas. A las doce hay mucho negocio y no puede dejar el puesto. La vitrina de Padín tiene las cortinas cerradas y no se oye nada. De día, duerme. “Los muñecos tienen que descansar. Se pasan cantando todas las noches”, le dijo la madre al niño, que iba esperanzado a verla durante el día.
“Se van a quedar sin voz. Ya están roncos”, dijo el limpiabotas al niño confirmando el cuento de la madre. Había que quitarse esa cócora de encima y llevar a los muchachos a ver la vitrina. Por eso finalmente los llevaban, porque todos los días pedían que los llevaran.
De noche, los muñecos se amanecían entreteniendo al pueblo que se daba su vueltecita por San Juan para ver las tiendas, y, por supuesto, la vitrina de Padín. El highlight de una Navidad, coquito, pasteles y lechón “asao”. Si no se iba antes del veinticinco, había que correr a ver la vitrina el mismo día de Navidad. Había que ir, aunque sólo fuera a pasar en el carro bien despacio, porque el maldito padre de los muchachos no quería buscar un estacionamiento vacío para el carro. A él no le importaba si los muchachos no veían los muñecos por un rato. Eso no estaba en el contrato de ser padre. Se cumplía con pagar la renta y mantenerlos y eso era suficiente.
“Nunca se sabe cuándo la quitan y los nenes no la han visto”, le decía doña Gertrudis al marido tratando de convencerlo de que los llevara. “¿Viste la vitrina de Padín?”, se preguntaban los niños en la escuela o los adultos en las oficinas.
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Inmediatamente procedían a contar todo lo que habían visto, punto y coma de pormenores sin dejar un detalle afuera: “Yo fui tan pronto la pusieron. Este año los ayudantes de Santa Claus cantaban Jingle Bells. La esposa de Santa Claus le peina el pelo a una muñeca. Ella está sentada en una silla de alas, en una esquina. Santa Claus está vestido con un traje de lana rojo y blanco que le hace juego con el sombrero y tiene unas botas negras de charol. Está ayudando a acomodar los juguetes dentro de una bolsa grande. Nadie más que él soporta el calentón de la ropa. Y para completar, estar sentado en un banco frente al fuego de la chimenea”. “¡Jo, jo, jo!”, dice Santa Claus cada vez que trata de poner juguetes en la bolsa. Sus ayudantes están haciendo: Pitos y flautas, Bolas y bombas… ¡qué barbaridad!
Los hermanos Padín habían viajado a Nueva York a buscar muñecos para componer la vitrina como en la tienda de Macy´s en la Quinta Avenida. La novelería de ver muñecos que se movían llenaba de ilusión a todos por igual. Era todo un espectáculo, desde la loma frente al Capitolio con los Reyes Magos, luces en las calles y, en la Plaza de Armas, el nacimiento hermoso que ponía Doña Felisa, además de su repartir juguetes a los padres en la alcaldía. La fila de espera llegaba desde lejos a buscar muñecas, trajes de vaquero y carritos y… disfrutar del engalano de San Juan.
De vez en cuando se escuchaba una parrandita jíbara para no menospreciar la jalda puertorriqueña y animar con su contagio el ambiente navideño: “Si me dan pasteles, dénmelos calientes…”. Los que más animaban la estampa festiva eran los cantores con un güiro-guallo de la cocina, las maracas-latas llenas de habichuelas y unos palitos. Eran niños del cielo con pantaloncitos cortos y piececitos descalzos que traían en la mirada el lucero de Belén. Terminaban la armoniosa cadencia con una frase esperada: “El aguinaldito, doña”, mientras extendían la mano.
Que lindos dias aquellos, no habis, o se conociuan, politicos corruptos, todo lo que existia era esa vitrine de adin
Nosotros vivíamos en Caguas, y todos los años en Navidad íbamos al Viejo San Juan solo para ver la vitrina de González Padín. Lindos recuerdos.
¡Que de recuerdos! Todos nos montábamos en el Chevrolet de Los Lidin a dar la vuelta obligada y muy anticipada.,Luego repetía con los Vizcarrondo y nos quedábamos embelesados ante la majestuosidad de los Reyes Magos. ¡ Ah! ¿ Se recuerdan del vendedor de churros?
Mi mamá antes de casarse trabajaba en GP. Vivíamos en el VSJ con mis abuelos, era nuestra tradición ir a ver las vitrinas con sus hermosos motivos de la navidad puertorriqueña. De niña sentía la ilusión y la magia de la época navideña. Recordar es vivir!! Gracias
Lindos recuerdos que evocan la niñez puertorriqueña de esa época tan bonita. Ese “paseo del jíbaro” llena de ilusión y luces de colores terminaba con un heladito frente a la Plaza de Colón. El mío de pistachio.
Mis padres nos llevaban a verla y nos encantaban íbamos bien ilusionados y felices. Había tanta inocencia en ese entonces. No había el peligro que existe hoy.
Recuerdos,… nostalgia. Era un evento ir a ver la vitrina de San Juan. Y los Reyes Magos frente al capitolio. Comer piragua o mantecado de coco o piña en un vasito del senor en su carrito. Mi familia, cada Navidad, sin falta siempre íbamos. Cuanta falta nos hace. Que pena que ya ni existe Gonzalez Padín.
Gracias por los recuerdos… y si recordar es vivir, gracias por vivir esos momentos tan gratos y felices cuando fui niño y mis padres nos llevaban a dar la vuelta “del bobo” a ver las vitrinas de GP y los reyes frente al Capitolio… Felicidades