Por Edwin Fontánez. Autor de La última canción para mi padre: memorias de un hijo
Golpe a golpe, verso a verso… al escuchar ese elocuente verso de la famosa canción Cantares de la autoría de Antonio Machado e interpretada por el legendario Joan Manuel Serrat, no puedo evitar comparar su poético mensaje, con la incansable misión del escritor. Pues sirve como apta definición de la lucha creativa y los retos que un escritor de profesión enfrenta constantemente.
¿Por qué escribo? A estas alturas ya he perdido la cuenta de las veces en que he ponderado las raíces de mi deseo de escribir. Para ser un buen escritor es vital ser un mejor lector, asi reza el dicho. Pero lo cierto es que, de niño, nadie me leyó historias en las noches. Nunca, nadie me obsequió libros. Yo nunca observé a un familiar o amistad, envuelto en el placer de la lectura. Mi experiencia con libros no comenzó hasta que asistí al primer grado, cuando al principio del término, mi maestra distribuyó nuevos y relucientes libros llenos de ilustraciones coloridas e ¡historias para leer! Con solo cargar mis nuevos libros a casa, ya me sentía como alguien especial.
Me tomó muchos años antes de que mi deseo por leer y escribir comenzara a florecer y no fue entonces hasta que, de joven, tuve la oportunidad de leer María (1867), una oscura novela romántica de la autoría del escritor colombiano Jorge Isaacs. Su libro me hizo enamorarme del arte de crear imágenes con palabras. A partir de esa temprana experiencia, una de las características de su escrito, se implantó en mi intelecto para siempre: sus sensuales y poéticas descripciones de la belleza natural del valle del Cauca. Por primera vez, y gracias a sus descripciones imponentes, experimenté el poder de la palabra escrita para encender la imaginación. Sus palabras, cargadas de emoción, parecían darle vida propia al paisaje.
Pero antes de mancomunarme a la sociedad de aspirantes escritores, tuve que preguntarme, ¿cuán profunda es mi motivación? Durante muchas de mis presentaciones personales, se ha convertido ya en una predecible ocurrencia, cuando alguien me comparte su deseo de escribir un libro para niños que por mucho tiempo ha tenido dentro de su cabeza. La persona también imagina el rotundo éxito del libro, como también el subsiguiente reconocimiento y dinero que le traerá.
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Yo siempre los escucho con una sonrisa y les estimulo a seguir su meta. Aunque en secreto, no puedo evitar lamentarme por aquellos quienes albergan la equivocada noción de lo ¡fácil que es escribir para niños! El arte de escribir no es del todo técnico; el hecho de que podamos mantener una conversación no es necesariamente indicativo de que un escritor sin experiencia pueda expresar una idea escrita matizada y puntos de vistas nuevos que logren desatar la imaginación de un lector. Un buen escritor reconoce que debe existir una conexión entre conocimiento, intuición, observación, y pathos. Tal fueron los principios a los cuales tuve que adherir y comprometerme, si mi deseo por escribir era verdaderamente serio.
Contrario a la percepción general, escribir, es uno de los oficios retadores que requieren no solo habilidad intelectual e inspiración, pero también, fuerza emocional. Cualquier escritor experimentado puede testimoniar lo intimidante que resulta ser el enfrentarse a una página en blanco. Una vez se logra vencer ese pequeño, pero significativo reto, de pronto surge(n) las conflictivas opciones creativas de la selección de lenguaje para transmitir efectivamente el espíritu del mensaje contenido en la oración. Para mí, como aspirante escritor, tal fue el ritual que pronto se convertiría en una herramienta rutinaria para encaminarme hacia mi nueva profesión.
Siendo un artista visual por toda mi vida, comencé a sentir que, mi habilidad innata de convertir ideas en imágenes pictóricas se había convertido en un proceso demasiado fácil. Sin la inspiración de un reto, mi deseo por la pintura comenzó a menguar. Fue así cuando me impuse una meta ambiciosa: de crear imagenes vívidas interpoladas con los cinco sentidos. Y fueron precisamente las imágenes inolvidables de Jorge Isaacs en María las cuales forjaron mi visión creativa de dar vida al panorama puertorriqueño. Yo deseaba darle un espiritu, de sembrar al lector en medio de su paisaje, de hacerle experimentar lo que yo siento ante la vista de lustrosas montañas arraigadas en mi pueblito rural de Corozal.
Mi primera incursión en el campo de las letras comenzó creando un modesto libro de actividades inspirado en una de las tradiciones llenas de color en la cultura puertorriqueña, la celebración de sus numerosos carnavales, El Vejigante y los festivales folclóricos de Puerto Rico. La publicación de esta sencilla edición y el subsecuente, Taíno: libro de actividades, sirvieron para avivar mi apetito por escribir y adoptarlo como mi próxima meta artística. No me tomó mucho tiempo en darme cuenta de que tal fue la fuerza energizante que yo necesitaba para ser lanzado en lo que hoy categorizo como mi profesión.
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Esas dos experiencias iniciales me ayudaron a ganar la confianza en poder escribir e ilustrar, lo cual impulsó a mis instintos y el deseo de crear la clase de libros a los cuales no estuve expuesto de niño. Tal inspiración me ayudó a crear mi primer libro de láminas, En esta hermosa isla (la transición natural después de mis años de organizar y diseñar actividades para niños como artista visual.) Después de tan grata experiencia, mis escritos comenzaron a evolucionar y crecer. A través de todo, un aspecto continúa progresando —mis vehementes descripciones de mi tierra, Puerto Rico. Para escribir efectivamente, tuve que aprender cómo crear una imagen que se sellara en la imaginación del lector. ¡Tal como lo aprendí de Jorge Isaacs!
Mi más reciente esfuerzo ha resultado ser lo que considero es una de mis obras seminales: mis memorias sobre mi padre. Fiel a mi estilo, he intercalado mis recuerdos de su vida con la geografía de la isla porque ambos son integrales el uno con el otro. Del mismo modo que lo soy yo también. La conexión entre el hombre y su ámbito es mucho más fuerte de lo que cualquiera pudiera sospechar. El lazo que lo ata a su tierra, -aunque invisible-es mas fuerte que el acero. Yo he llegado a esta conclusión después de los muchos años alejado de mis comienzos: aunque lejos, el llamado de mi tierra es implacable.
Dada esta conexión, no puedo siquiera imaginar el día en que cesaré de escribir sobre el aroma de la tierra húmeda después de un aguacero inesperado, del sonido de la lluvia Azotando las hojas del yagrumo y el techo de zinc, de la cegadora luz brillante del sol mientras castiga los campos y el sentir la brisa de la tarde mientras estoy sentado en el balcón de mis padres viendo el día pasar. Pero escribir sobre este seductor panorama va mucho más allá de mi deseo de recrear ese lugar para mis Lectores.
Para mí, escribir representa un proceso más Matizado. Lo cual me sirve para Reafirmarme en mi Creencia de que la distancia no ha Disminuido en lo mínimo, ni mucho menos, borrar el lugar de mi Procedencia. Con cada línea que escribo, mi deseo es revivir y compartir mis memorias de los lugares, los olores, y los sentimientos de lo que significa para mí, ser parte de la Isla todavía. La distancia hace que el corazón añore más, reza el viejo Aforismo, y yo soy prueba de la verdad que Encierra. Después de todos estos años escribiendo sobre mi tierra, como un Camaleón; yo aún continúo Mezclándome y Adquiriendo los colores de mi Entrañable Panorama Puertorriqueño.
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