Hallazgo de un recuerdo II: La liberación de la memoria
Desde “el silencio de las horas tristes”, a veces todo vuelve de lo profundo del tiempo. Mi botella apalabrada navegó, sobrepasó insomnios, penumbra, intimó con su soledad y con naufragios, amó su lejanía y sus secretos, se hizo amiga de la luna, las orillas. Y hay mares que todavía la recuerdan, es la liberación de la memoria.
Pero ahora sabemos por Antonio Deroma que la botella que lancé al mar hace medio siglo, quien la rescató fue un agricultor. Sí, porque Franco no era pescador como yo pensaba: el pescador era Antonio Deroma, que es quien me busca e insistentemente hasta pescarme sin más carnada, que un corazón curioso, leal y solidario.
Lea aquí la primera parte de este escrito: El hallazgo de un recuerdo
Fue en las orillas del mar Mediterráneo que Franco, el granjero, encontró la botella con el mensaje adentro, y lo asemilló con su alma de campo. Es por Antonio que descubrimos el destino de la botella, sus rumbos y recuerdos. Porque Chela y yo lo llenamos de preguntas y sus contestaciones son otro poema lanzado al amplio océano de las redes cibernéticas.
Entonces nos enteramos por Antonio que aquella botella lanzada un 9 de junio de 1970, Franco la rescata a mediados de la década del 70, al divisarla, con su gran corcho, y al abrirla encuentra el mensaje. Por lo tanto. al menos 5 años estuvo la botella a la deriva en altamar, hasta llegar a la orilla de una playa de Cerdeña, haciendo una liberación de la memoria.
Y sobre eso me escribe Antonio Deroma el jueves 20 de agosto de 2020:
¡Franco no era pescador como yo, era granjero, y la diviso en la playa un día mientras caminaba me dijo … Mientras arreglaba las redes de pesca: Como a ti te gusta el mar, tengo que mostrarte algo … Y me mostró la carta. ¡¡Franco y yo siempre pensamos que eran las últimas palabras de un auténtico náufrago!! Todavía no conocía Facebook en 2005 … pero esa misteriosa carta se me quedó grabada en la memoria ... así que le pedí a mi amiga de Facebook y traductora brasileña que me la tradujera … y fue ella quien me habló de ti … .. Entonces escribo su nombre …. Te escribí muchas veces en Messenger sin ninguna respuesta, entonces un sentimiento me dijo que escribiera a Roig …. Si este poema está inacabado creo que es hora de completarlo. .. Estamos muy lejos de Positano, ¡tu foto es hermosa! Te veo pronto.
Aquel mensaje que lancé en el siglo XX retorna en el siglo XXI, en medio de un mundo descreído ante tanta corrupción y capitalismo salvaje. Pero llega intacto en su amor por la vida, porque así lo entendieron y por ello lo custodiaron Franco y Antonio.
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Que a tiempo que el mensaje que flotó bajo los altos astros nos encontrara en el tiempo haciendo la liberación de la memoria. Entendieron los amigos italianos que “eran las últimas palabras de un auténtico naufrago“. Y de muchas maneras es cierto, tal vez porque también todos llevamos dentro un naufrago que espera ser rescatado. Antonio sigue contándome: ¡todo esto es asombroso! No sabía de tu conexión con Roig . … Adiviné ( y más adivinar que dio sin sospecharlo con mi cómplice de lanzamiento hace 50 años).
Su fina sensibilidad, sigue conmoviendo por su entereza de hombre de bien, y añade: “Siempre he pensado que el mar no aleja a las personas, sino que las acerca y las hace encontrarse. Lamentablemente Franco murió hace ocho años, le pregunté al sobrino que ahora sostiene la carta si puedo enviarte una foto suya.
En la foto que me envía y acompaño, descubro que Franco el granjero, que descubrió la botella y su mensaje, nació en el 1951. Resultó ser un joven, tan joven como uno, cuando arrojé la botella al mar mediterráneo y el la encontrara. Y luego en el tiempo, en un relevo de esperanza y de destinos hizo partícipe a Antonio, mucho más joven que él, del mensaje de la botella.
Por 45 años atesoraron y cuidaron el mensaje por respeto al dolor detrás de las palabras lanzadas al mar. Porque los que conocen y aman los secretos del mar y de la tierra; como en este caso son nuestro granjero y pescador, entienden también de dolores, saben de naufragios, asombros y esperanzas. Y al hacerlo ambos revivieron la poesía, porque la practican desde la ternura, la bondad, tantas veces perdida en este mundo robótico y de subcultura de la droga.
Lo que conmueve de esta historia es que ambos, apreciaron y custodiaron aquel mensaje resguardándolo de las inclemencias del olvido.
Lo emocionante es que vemos en ellos, través del tiempo unos valores incólumes, que representan lo mejor de una sociedad a la deriva. Por ello, cuando Franco y Antonio entienden que éstas son “últimas palabras de este naufragó”, intuyen también que de muchas maneras somos una botella lanzada al mar de nuestros pensamientos esperando que nos liberen.
Y así fue como de mano de “un extraño sin mirada y sin lágrimas” regreso no sólo a mi, sino a tantos que sueñan con lanzar botellas al mar, aunque no logren su retorno. Descubrimos que lo mejor de recuperar el mensaje, ha sido conocerlos a ellos, que han permitido hacer realidad esta increíble historia que retoma anhelos, donde todo es posible. Y en medio de la pandemia y la sequía lograron que nos saliera una hoja verde. Y como me escribió una amiga cuando publiqué la primera parte del artículo Hallazgo de un recuerdo, “es como un cuento de hadas para alegrar las penas del alma”. Nuestro querido pintor José Alicea, conmovido al enterarse de la historia, me envía de regalo una obra para ellos, Neruda ante el mar de Isla Negra.
La palabra memoria viene del latín y quiere decir volver a pasar por el corazón; y eso es lo que lograron los héroes de esta jornada, Franco y Antonio, permitir que ocurriera la magia, que ha conmovido a muchas personas, que volviéramos a pasar por el corazón las cosas invisibles e importantes de la vida.